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miércoles, 17 de abril de 2024

Más tiempo

 

"Si con sólo un toque de su mano la ferocidad le daba algo de espacio al amor, qué no
podía ser posible entonces con un poco de tiempo?"
Pablo Ramos. La ley de la ferocidad.





debe ser la fecha
32 años
un día como hoy, hace 32, respirabas aun y yo no era huérfana.

hubiese dado lo que sea por un poco más de tiempo

aunque te las arreglaste o se arregló mi cabeza para que estés.

un poco más de tiempo
para que estés en mis 15 y en mi graduación
lo que sea
no me hubiese importado ser una empleada gris, casada con mi primer novio por obligación tuya y que viajara cada 6 años a votar a Sanguinetti o a quien el diga.

unos años mas para que nos críes con Bettina
para que les digas a tu hermana y a las primas que soy familia y la sangre no es agua
para que mamá y yo no nos sintamos como hace unos días
dos hormigas largadas al mundo.

ese hueco que logré que no sangre más
pero que sangró e intenté tapar con tipos que creía eran algo de vos- fechas, enfermedades, coincidencias pelotudas desde una pleura agujereada a un vampiro que lógicamente no existe-

hasta que vi que no quería un padre 
sino a vos 
a mi Padre.

no se cómo hago a veces a vivir sabiendo que no voy a tenerte nunca más
ya lloré mares y me rompí buscándote.

saco fuerzas en estas letras y doy vuelta la página.


martes, 17 de mayo de 2022

Charrúa, ni más ni menos

"Todo el mundo tiene su propia montaña".
Nando Parrado.




Hoy hice el censo digital y cuando me preguntaron si me reconocía en algún pueblo originario, sin dudarlo, tildé la opción “charrúa”.  

Secar una cancha de fútbol con colchones.
Comerse una oreja para que no sea gol. (Suarez!).
Comerse a dos pilotos borrachos para no morir. Y a unos más, total estaban muertos. (Héroes de los Andes).

Al rato, para contarle a mi sobrina un ejemplo práctico de amor propio y coraje le hablé del penal que picó el "Loco" Abreu en el Mundial de Sudáfrica.

Hace unos días vi una serie de videos que se llaman “Uruguayadas”. Uno recogía el momento en que un estadio se había inundado por las lluvias y ante la inminente suspensión del encuentro, todos los hinchas del club trajeron hasta colchones de sus casas para absorber el agua y secar la cancha. El partido, se jugó.

Comerse a un conquistador para que aprenda. (Solís). 

¿Cómo siendo uruguaya puedo aceptar la derrota? 


Eso de caminar entre el hielo el hambre y la certeza de que ya no te buscan. Eso de comer muertos para tener vida. Y hacerte a pie la cordillera. 


Eso de querer defender la camiseta y no alcanzaste con nada y como lince saltas y clavas los dientes. 


Eso de comerse al que venía a conquistarte. Eso de ir peleando tercos contra el destino, como dice "La Cata".


Ese ADN charrúa que viene de mi Viejo, aunque ahora esté casi enojada con él. 


Que veo en mis compatriotas que tengo el gusto de querer y de que me quieran y que siento como siento un pedacito de esa tierra ir y venir todos los días por las venas, así como va y viene el agua que me separa o me conecta indefectiblemente con “esa -mi- noción de Patria”.

lunes, 6 de diciembre de 2021

Julio, mi Viejo y el cielo

"Me fue invadiendo algo que era como un abandono, el sentimiento indefinible de que eso no hubiera debido ocurrir".
El otro cielo. Julio Cortázar.

Julio es (por más que papá haya muerto) el mejor amigo de mi Viejo. Se conocieron incluso antes de que el conozca a mi Vieja y, el gusto por el cigarrillo, la historia, el cine y el amor por Italia hicieron el resto. Mi Viejo dejó a los amigos que tenía cuando decidió acompañar a mi Vieja a vivir de nuevo en Argentina. Y así Julio fue su mejor amigo, hasta el último día; cuando ese cáncer de mierda se lo llevó un viernes 18 de abril a las 3 y 33 de la mañana y yo me hice grande de golpe.

Hablar con Julio para mí no fue del todo fácil. El me decía siempre lo mucho que extrañaba a "Walter", como lo llama y claro, yo pensaba; cómo crees que me siento yo. Pero cuando los cortes del duelo se van volviendo cicatrices, pude vencer esa dificultad y encontré en él un tipo que de alguna forma, me dice lo que me hubiese dicho mi Viejo.

Julio me aconsejó en cada momento border que me tocó pasar. Me ayudó en lo que pudo. Y me contó partes de la vida de mi Viejo que yo no sabía y otras que no recordaba. Hace tres años, la visión que tenía de él dio un salto en el aire, cuando me enteré de su boca que Papá había salido a competirle con Ferrosmalt (la empresa uruguaya) nada más y nada menos que a General Electric. Que había estado en el Cuadro de Honor del Colegio Sacre Coeur donde se graduó con honores y que el mismísimo ex presidente de Uruguay de aquel entonces lo había elegido para darle su primer trabajo. No, mi viejo no había sido un tipo que al decir de mi media hermana "le fue como le fue porque vivió como quiso". Mi viejo pagó parte de las consecuencias de parársele a un gigante, de los cambios de gobierno y de un divorcio que no estaba en los planes hasta que conoció a mi mamá.

Hace tres días me avisaron que a Julio lo habían internado. Lloré desesperadamente, insulté y hasta blasfemé y le dije a mi viejo que ni se le ocurriera llevárselo. Cuando iba de camino al Hospital, pasé sin darme cuenta, creo, frente a la Sala Velatoria donde vi a mi viejo por última vez. Ahí me di cuenta de que no tenía la imagen de Julio despidiéndose. De que tenía contadas con los dedos las de un puñado de personas: mi Vieja, mi abuelo llorando como pocas veces cargando el cajón, las monjitas del colegio donde mamá trabajaba rezándole el Rosario, mi media hermana abrazándome y yo pensando que me quería y finalmente a Doña Irma que me contuvo cuando me rompí en ese momento en que lo colocaron en el nicho familiar.

No tenía la imagen de Julio. Pensando en eso entré al Hospital. Lo agarré de la mano y le pedí que por favor se recupere. Le revisé las mediciones de glucemia que había anotadas, pregunté el diagnóstico y recién ayer cuando lo vi ya sentado en la cama, con la cara repuesta y hasta pensando en con quién pelear cuando reciba el alta, el alma me volvió al pecho.

Me di cuenta de que Julio es el último recuerdo vivo de mi Papá.  De todo lo que eso significa para mí. Y de que yo soy exactamente lo mismo para él.

Ayer a la noche, soñé con mi Viejo y con Julio. Él le hacía un gesto con las manos de que aún le faltaba tiempo para subir, calculo que será a algún lugar similar a lo que llamamos cielo. Y a mí me hacía un gesto de que estuviera tranquila. 

Como si jamás hubiese salido de ese sexto grado de colegio católico, el gesto de mi Viejo a Julio me confirmó que sí, que al haber muerto en Viernes Santo, había ido al cielo sin escalas y ahí estaba, tan cerca y tan lejos como cualquier pedazo de nube, como cualquier gesto de levantar la vista y pensarlo. Como cualquier estrella o gota que son, como él; una parte -mi parte- del firmamento.

miércoles, 29 de abril de 2020

"Y desamordazarte y regresarte"

                                      Abril de 2018, en esa aldea llamada San Jorge.



Me sigue resultando increíble que entre vos y yo haya una pared y un mármol y algo de madera. Todavía tengo intacta la ilusión boba de que si abro el cajón tu cuerpo va a estar ahí como la última vez que lo vi. Y voy a poder abrazarte como si nada.

Pero ahora puedo hablarte. Me siento frente a tu tumba y te cuento mis derrapes, mis miedos y mis traumas. Y el día está horrible, casi tan feo como ese en que te fuiste.

Pero cuando digo que quisiera un abrazo sale el sol con todo. Y lo siento. Y quiero creer que me haces un guiño desde algún lado. Y te digo que me fui de pista. Que tengo una pelea con el tiempo.

Y te prometo llevarte al paisito de nuevo. Tu paisito. El mío. Ese que nos hace en parte todo lo bueno y lo malo que tenemos.

Y hasta te confieso mis miedos papá. Ahora que me animo a acercarme como puedo. Después de todo siempre estuviste ahí. En esa tumba que seguirá sin nombre. Esperándome.

miércoles, 25 de marzo de 2020

24 de marzo: La herida que no cesa


Todos los 24 de marzo me pasa lo mismo. Siento angustia y si bien nací en el 80 y algo, el dolor de lo que fue el inicio de la etapa más cruel de la historia reciente, se me hace carne. Puedo incluso sentir lo que siente mi vieja, que todavía hoy, a tantos años, nunca quiere contarme demasiados detalles de lo que le tocó vivir y entonces, no me queda otra que ir juntando piezas, como si se tratara de un rompecabezas gigante y caótico.

El año pasado, encontré en mi casa de San Jorge, cartas que le mandaban mis abuelos. En esas letras tipeadas en la inefable Olivetti, se notaba el miedo. Mi abuela preguntaba cómo estaba, si había llegado bien y pedía a Dios que no le pasara nada. Es que mi madre, se fue a Uruguay, se tuvo que ir a Uruguay cuando aparecieron los milicos. Y en un mundo sin celulares y con pocos teléfonos, las noticias demoraban en llegar. Y la angustia crecía como hiedra venenosa.

Mi vieja fue una chica UES, más tarde estuvo en la JP que como dice, ahora solo les dejó la P porque de jóvenes… bueno mejor no hacer cuentas. Después, empezó a trabajar en grupos de alfabetizadores que usaban los postulados de Paulo Freire para educar en barrios y villas a chicos de 10 años que no sabían leer. Su hermano, osea mi tío, ya trabajaba con Ortega Peña y Luis Duhalde en el semanario «Compañero». El se tuvo que ir antes, vía embajada de México. Ella, apenas juntada con mi viejo, recibió el aviso. Su hermano le dijo que había hablado con alguien y que era mejor que se fuera.

Mi viejo no lo dudó y se la llevó de un saque. De algún modo, puede decirse que la vieja se salvó. Pero al día de hoy, la veo llorar a veces, me dice “nosotros queríamos cambiar el mundo”. Ese llanto es impotencia. Esas lágrimas son al día de hoy preguntas sin respuesta.

Yo pienso en esto cada 24. Me jode, me duele. Un 24 en que me fui a la plaza a eso de las 5 de la tarde; sola, como voy siempre, porque pedir justicia es un acto moral, ni siquiera es un acto político. Ese 24, caminando en silencio, la llamo a ella por el celular y le pongo un rato el “ruido ambiente”. Ella no me dice nada. Me da las gracias. Y al rato putea. Y después llora de nuevo.

Yo sigo mi camino, haciendo de cuenta que también camino con ella. Sintiendo que tengo la obligación de cerrar pedazos de su historia. Aunque más no sea caminando en silencio. Aunque más no sea siendo parte. Aunque más no sea diciéndole, “vieja yo fui por vos”; yo estuve ahí; pidiendo que se termine de hacer justicia para que la herida no nos chorree más a todos encima.

Ser una hija del exilio es una herida que no cesa, como escribí por primera vez en una revista cuando me pidieron mi enfoque personal. Pienso lo mismo en esta, la segunda vez en la que escribo desde esa Clarisa Ercolano que nació en Montevideo porque acá no podía nacer.

Recién pasados los 20, una ex jefa del diario La Capital me confesó en plena fiesta de Colectividades que había sido presa política y me dijo que había cosas que nunca iba a saber y que mi mamá no podía contarme porque el dolor ganaba.

Se que nací en Uruguay porque acá no se podía
Que aprendí la marcha antes que el himno
Que cuando fue Semana Santa mi vieja vio milicos y planeó rajarse de nuevo
Que tengo libros subrayados por Ortega Peña y que mi abuelo laburó con Papaleo y recopiló con la JP regional la palinsestia popular en plena dictadura
Se que una vez en la aduana tuve que firmar con un dedo que no era parte de un grupo subversivo
Se que el hermano de mi vieja se exilió vía México y que no puedo decirle tío porque culpa a mi abuelo de «lo que le pasó» y entonces no me habla
Se que mi vieja se cuestiona el exilio y la vuelta a Argentina cuando siente que «nena vos estás para cosas mejores» y ve que el chupamedismo y el revoleo pueden más que ese «cultivate, estudiá y formate» con el que siempre me machacó
Se que esa herida que no cesa duele más solo porque atrás hay otra mujer sola y viuda y no hay un varón. Padre tuve, pero la vida me lo dejó apenas 11 años. Se que si yo fuera varón sería diferente. Se que cuando un día perdés a tu viejo sentís que si no te parás de manos la vida misma te come. Crecés de golpe y tenés que aprender sola el sutil arte de no bajar la guardia y abrazar al compañero.

Y se que cuando y aun ahora todo ese futuro que a los 37 puede ser todo o nada se parece a la incertidumbre con la que dijeron que debíamos aprender a ser felices, como sea, la memoria sirve y me sirve para que podamos hacernos cargo y seguir, mirar a un futuro libre con todo lo que eso implica. Para que ya no salga sangre. Aunque el tajo quede igual, marcado, ahí, jodiendo metido en el medio del alma.

sábado, 28 de junio de 2014

Departamento 20

"Para volver, a tu rincón y mi rincón en el planeta".
Mi ciudad. Agarrate Catalina.





Los uruguayos somos o nos creemos inventores de unas cuantas cosas. Entre ellas, de tener una suerte de espacio omnipresente cuya ubicación es ninguna parte; el departamento 20. Uruguay tiene 19 departamentos, el 20 es el de los uruguayos que ya no están en el paisito. Es el de los que se fueron o el de los que no volvimos o el de aquellos que ni siquiera elegimos irnos. El departamento 20 es como una sucursal virtual del país que te hace circular por donde vayas con una parte de Uruguay a cuestas.

Entonces, de cualquier parte, vas haciendo un pedacito de tu mundo, así, con recortes de cosas queridas, pegando las partes que te gustan, como un collage en el que elegís las mejores figuritas.

Mi collage tiene un principio de Río de la Plata, del otro lado, un mar hermoso hasta Piriápolis porque después "ya se llena de porteños" decía mi viejo, una murga que me encanta aunque baile mejor el cuarteto y tenga menos ritmo que timbre de cementerio. 
Mi collage tiene nostalgia de ese lugar del cual sé que salió papá, mi collage tiene esa inevitable necesidad de mirar el río. O un charco, o el mar, o algo, cualquier cosa que signifique un poco de agua. 
Mi collage tiene dos letras de himnos que se me cruzaban cuando era piba. Un gusto tremendo por el mate aunque lo tome dulce. Un amor enorme por eso que denomino "uruguayadas".

El "Pepe" diciendo cualquier huevada con el micrófono abierto y sin que le importe tres belines, Luisito pegando una mordida y hasta Forlán diciendo no me caso ni loco cuando la piba ya tiene el vestido y hasta la torta encargadas. Hace unos días me acordé que cuando tenía 19 y hacía re poquito que vivía en Rosario, un chabón me quiso robar y yo me lo saqué de encima justamente con un mordiscón. Será que los uruguayos tenemos algo de caníbales, sino pregunten por un tal Solís y por un par de pilotos que boludeaban cuando un avión cruzaba los Andes.

Con el Departamento 20 hacés que tu collage sea cada vez más grande. Sos hincha de un par de países de un par de equipos y se te puede complicar en la Libertadores. Recortaste un pedazo interminable del Paraná y ese caminito hermoso que baja hasta el Monumento a la Bandera, enganchaste la 9 de Julio, interminable, tan larga que hasta tiene horizonte aunque no lo notes y sabes que ahí atrás de un montón de cemento hay una cosa que se llama costanera.

Ahora el collage es más grande otra vez y te preguntás cómo ensamblar un pedazo de la pampa húmeda santafesina donde no hay muchas cosas más que el campo y los mejores años con una ciudad creada por la mano del hombre. Mendoza es un desierto pero nunca te das cuenta. Es la ciudad imposible que se abrió paso entre sismos y una sequía que raja aún más la tierra. Mendoza también tiene agua, corre por las acequias y está por todas partes. Y hasta tiene un lago, igual al del Independencia.

Y de repente cuando se corren las nubes te atropella una montaña, que si, es un poco más grande que el cerro de Montevideo. Y en un punto siento que Uruguay está cerca, Uruguay también es un país imposible, chiquito, casi una provincia, aunque no nos importe. Y todo es y todo existe. Tan imposible como andar llevando por la vida un pedacito de tu patria.