viernes, 9 de noviembre de 2012

Palermo 10 AM



  

-¿Qué lindo día para que te invite a tomar un café, no podía elegir otro horario este pelotudo?
Del otro lado del teléfono, su amiga la escuchaba casi sin creerle.
-No te quejes, le dijo; hace casi un año que vienen dando vueltas con el temita ese de ir a tomar algo.

Era primero de abril, durante todo el día había planeado qué hacer al día siguiente y en esos planes de feriado, dormir figuraba al tope de la lista. Trabajar y estudiar era algo que la complicaba demasiado, o al menos, lo hacía con sus horarios de sueño. Pero la invitación  de ir al lugar que fuese, con él, pese al frío, al horario y al feriado, la ponía feliz; mucho más de lo que ella misma estaba dispuesta a admitir.

Siempre le había parecido un tipo raro pero recordó, casi sonriendo, que los tipos ‘normalitos’ nunca le duraban mucho.

***

8.30 am. En la calle no había un alma. La ciudad era un desierto adormecido que por un instante le recordó a su pueblo. Un pueblo algo extraño, con semáforos y colectivos.  Se subió al taxi con el pelo todavía mojado. Estaba cambiada  y pintada como si fuese un sábado a la noche. El taxista la miró de arriba abajo y ella, como siempre, negoció que la dejara fumar un cigarrillo con la ventana abierta.

Ya eran las 9 y él la llamó al celular. “Estoy cerca”, le mintió. Y el, con un humor poco habitual para esa hora de la mañana, le dijo, “debés estar a 40 cuadras”.
Siempre me lee la mente, pensó.

Llegó 15 minutos tarde. Él estaba parado esperándola, rígido como una estatua. Notó que tenía el brazo enyesado y le dijo casi antes de saludarlo: -¿Qué te pasó? Él revoleó los ojos inmensos, celestes y con un gesto le pidió que lo ayudara a ponerse la campera. El viento soplaba fuerte y hacía frío.  
Caminaron hasta el auto de él. -Tengo la mano fisurada, me la rompí cuando le di un puñete a la pared para no pegarle una trompada a Hernán, le dijo como si le contara que a la mañana, había desayunado mientras leía los diarios.

Y le contó. Le contó de Hernán, su hijo hiperconflictuado. Una pelea interminable con su hermano, otra con su madre y una guerra con su ex esposa. Una catarata de problemas que parecían la mismísima rueda del karma multiplicada a la enésima potencia por la deidad más malvada del mundo oriental.
Todo eso mientras tomaban un cafecito en un bar de Palermo en el que en teoría, se habían juntado para hablar de trabajo.

***

-Llevo 47 años de mi vida viviendo equivocado. O sea, para la mierda, soltó mientras le clavaba la mirada.

Ella sintió que quería estar en su casa y en su cama tapada de pies a cabeza.   Pero también sintió que quería agarrarle la mano, decirle que todas las cosas pueden solucionarse. También por primera vez sintió que hubiese dado lo que fuera para que ese micromundo limitado por una mesa, una ventana, 2 tazas, ella y él; se hubiese detenido ahí para siempre.

Hacía tanto que no la miraban así. Hacía mucho. Ojos que atraviesan, pero, raramente, extrañamente, no dañan. Ojos que buscan. Las manos enroscadas, el brazo cerca, el abrazo. La calle que no quería que se terminara nunca, por ir con él al lado, el que entendía lo que le pasaba, como si ambos hubiesen salido del mismo campo de combate. Siempre me lee la mente, siguió pensando, hasta que volvió a su casa.

-Acabás de iniciar un verdadero quilombo, le dijo su amiga luego de que ella le diera un relato pormenorizado del encuentro.
-Le escribí algo, no sé, un poema. Se llama Palermo 10 am…
-Lindo título, pero este tipo te confunde con un confesionario. No tiene con quién hablar, me parece.

***
Desde ese día donde él dejó de ser solo el jefe y ella dejó de ser solo la empleada, había pasado mucho tiempo. O al menos, así se sentía. Habían quedado en encontrarse cuando ella terminara su sesión de terapia.

El auto de él llevaba ya 15 minutos sin aparecer por avenida Santa Fe y encima, el cielo empezaba a colorearse más de negro que celeste y temió que una lluvia le cayera justo encima. Lo llamó para preguntarle. No hubo diálogo, solo una voz apabullada, palabras amontonadas que debió hilar ella misma. “No sabés lo que me pasó, ¿te acordás de Keyra? Keyra, si te lo debo haber contado…La actriz porno. Bueno fue novia mía, hace mucho, se quiso matar, el hermano me quiere matar a mi, me estoy yendo al hospital Español, vení por favor que voy a explotar”.

Levantó la cabeza, la movió incrédula de un lado al otro, tratando de entender si estaba teniendo un sueño demasiado vívido. Pero nada cambió. No había sueño, ni vigilia interrumpida. Su cuerpo estaba allí. Había una mujer casi muerta, un tipo que ni siquiera era del todo su novio  y un sanatorio que ni sabía dónde quedaba.
-Keyra, que lindo nombre de gato…le disparó su amiga del otro lado del teléfono mientras de fondo se escuchaba el ruido de sus dedos tecleando a las apuradas, buscando por Google dónde quedaba el ahora famoso hospital.

Con las coordenadas en mano, se subió a un taxi corriendo como si tuviese que llegar a frenar el fin del mundo, preguntando como siempre, si podía fumar durante el viaje.

***

Cuando llegó, se metió en la guardia casi como si ella misma fuese una urgencia más. -Busco a Julio, dijo jadeando, manoteando el borde de la mesita que salía del mostrador y en ese momento, sus piernas dejaron de responderle.

Acostada sobre tres sillas alineadas, se despertó en la sala de espera mientras una enfermera le decía, “tome esta pastillita, que le bajó la presión”.
Movió el cuello con pesadez, como si la nube en la que se sentía fuese de plomo y no de agua. Él la miraba con los ojos llorosos y el cuerpo venido hacia delante; como quien quiere enrollarse y de a poco meterse adentro de la tierra.
  
-¿Qué te pasó, chiquita?, le preguntó.
-Estaba con ganas de golpearme contra el piso, no ves; respondió irónica.
Pero ese humor exigido era su escudo para tapar lo que quería decir realmente. “Si no es una suicida, es tu ex mujer, o tu otra ex, o tus hijos o el perro que te olvidás encerrado. Puede ser cualquiera, menos yo".
  
Recuperada, subió a su auto y por primera vez, el abrazo que él le daba le sonó a agobio. Ya no tenía esa sensación de las primeras veces, cuando sentía que él podía taparle para siempre ese hueco de dolor que tenía incrustado, colado en el medio del alma, desde que su padre murió cuando ella era apenas una nena.
“El se sostiene de mí, yo no me sostengo de nadie”, garabateó en un papel cuando llegó a su casa, antes de dormirse; llorando y pensando cuántos rivotriles podía tomar sin llegar a matarse.

***

Los días con Julio eran viajes eternos en una montaña rusa, su brillo o su opacidad tenían ahora un dueño. Toda Buenos Aires quedaba sitiada. Desde la esquina donde se habían visto por primera vez hasta la mismísima puerta de su departamento donde se habían besado, también por primera vez. El restaurante armenio donde habían cenado, el barcito donde había conocido a sus hijos; el mismo donde ella en un ataque de ira, le tiró medio pocillo de café que había sobrado, pegó media vuelta y se fue, queriendo convencerse de que podía seguir así, como si nada.

Cada vez que quería acordarse de cómo hacer para volver a ser la que había sido, solo volvía a su mente el momento en que ella cansada y antes de que él se fuera de viaje una semana, le preguntó qué quería. Y él, con la mirada fija, como deshaciéndose un nudo en la garganta, le dijo como si fuese cierto; “estar con vos”.

Pero el tiempo pasaba y él no estaba. O estaba solo cuando él quería, cuando sus hijos no tenían con quien quedarse, cuando volvía cansado manejando a su casa y tenía miedo de dormirse en el auto, cuando el recuerdo de su padre moribundo escupiendo sangre le pesaba demasiado. “Mi vida es así, todos los días me saltan payasos, como esos que salen con un resorte de las cajas, con la diferencia de que son siempre problemas”, decía el para excusarse.

Lo cierto es que él no estaba cuando ella quería contarle algo. O cuando una noche demasiado larga volvía a su casa tambaleando por el alcohol y cruzando las piernas flacas que miraba avanzar por el espejo del palier como quien mira  a una muñeca rota.

Rota y con una soledad apabullante.

Tampoco estaba cuando a ella, también, el recuerdo de su padre muerto le pesaba demasiado.

Todo parecía repetirse de un modo siniestro. Las semanas eran malabares de horarios para poder adaptarse a sus vaivenes. A los vaivenes de ese hombre que sentía que amaba demasiado. Tanto como para no meterle los cuernos.

***

-No sé cuál de los dos, ¿qué hago?
-Ponete el negro, con el rojo vas a quedar muy llamativa y es tu primera fiesta en la empresa.

-Gracias Lau, hay días en que no puedo pensar…
-Hace ya 6 meses que no podes pensar.
-Andate a la mierda.

Lau era como su hermana, mucho más que una amiga. Era dura y tajante pero eso se lo bancaba. No le mentía y eso le importaba más que cualquier otra cosa.

***

Solo por momentos se sentía una mina potente. Aunque parecía que por fuera de esa crisálida, esa creencia se extendía por siempre y el mundo entero se la confundía con la mujer maravilla. Incluso el, que hasta llegó a reprocharle que no se hubiesen conocido antes. Antes de su segundo divorcio y de dejar embarazada a otra.

Quería tocar el alma de alguien y que alguien tocara la suya. Más lo primero que lo segundo. “Son todos muñequitos que apilo, nefastos en una repisa”, volvió a garabatear en uno de los tres tacos de papel en los que solía anotar eso que no podía decir, mientras que con el vestido negro, se iba a la fiesta.

Los tacos altos, un saco cortito y una vincha de lentejuelas. Amaba las lentejuelas, las negras. Eran el brillo y la oscuridad, dependiendo de cómo se las miraba. “Pasas por lo oscuro y salís con brillo…o no salís”, pensó sin saber por qué.

Llegó a la entrada y por un instante creyó que él estaba yendo a buscarla a la puerta. El iba si, se iba. Le dijo sin muchas vueltas que la había esperado pero que mañana se levantaba temprano. Ella respiró hondo y le escupió que no pensaba despintarse la cara, sacarse la vincha e irse con él a un bar a llorar sobre lo desgraciada que era la vida.

Se metió en el salón sin volver la vista atrás ni una vez. Quería que él le pidiera perdón, era lo único que quería en el mundo y en ese instante. Cuatro horas después, el plan de no comer en toda la tarde para no estar hinchada y las muchas copas de vino le habían demolido la mitad de la conciencia. Sus compañeros eran algo así como una danza socarrona de muertos vivos derrapando en círculos.

El, otro; le dijo que la llevaba a su casa. Lo que no le dijo, era que pensaba quedarse hasta la mañana siguiente.

Cuando le abrió la puerta a las 6 de la mañana, puso el despertador a las 9. Calculó que a las 9.15 él la llamaría como casi todas las mañanas. Agradeció su astucia. Y tres horas y cuarto más tarde le contestó el teléfono con la voz más clara que podía tener.

“Zafé bien”, se dijo con una mueca y durmió 4 horas más con la sensación cada vez más cercana a certeza de que algo se había roto y ya no tenía parches para ponerle.

***

Dos meses después de que él volviera a llorar en su hombro, a pedirle tiempo,  ella jugaba a ser la novia de un baterista carilindo pero pasado de faso. “Hasta este drogón es mejor y llegó a horario para mi cumpleaños”, pensó al verlo entrar a su fiesta y algo parecido a ese miedo que transpiran los desposeídos, le recorrió el cuerpo.

Cinco horas después, colgada del rockero, encalló en su casa.
Dos días más tarde, recibió un mail de Julio, que le decía ahora, justo ahora, “sos demasiada luz y yo ya no puedo cambiar”.

Se pasó una hora entera puteando hasta que volcó en el piso arrodillada, pidiendo ver al dios de los amores insanos, o al diablo o a quien fuese que pudiera dejarle esa luz pero sacarle el demasiado.

***

Llegó el casamiento de Caro, la amiga de Laura, que también era su amiga. Buscaba un vestido y recordó que el turquesa, de faldita a la rodilla y cuello con lazo, con un cinturón ceñido a la cintura, era nuevo. Lo había comprado para ir a cenar con él a un restaurante oriental que quedaba entre Núñez y Belgrano al que por supuesto, jamás fueron.

Así vestida, marchó con el resto. Se rió, bailó y le dijo a cada una de sus amigas lo mucho que las quería.

Cuando regresaban, ella, Lau y 5 más en la parte de atrás de una camionetita con cúpula, sacudió su modorra, justo levantó la cabeza y vio la casa. Libertador era infinitamente larga pero sus ojos, masoquistas, se levantaron a la altura del cruce con Congreso.

Lau aguantó dos cuadras y le dijo, -¿la viste, no? Refiriéndose a la esquina de la casa de Julio.

-Tranquila, es solo la nostalgia, le largó.
Y apoyó la cabeza contra la chapa fría y blanca.

***
  No hay agujeros que se resuelven más o menos rápido…hay un momento en que en la tela ya no hay más espacio para rasgar…me muero de miedo, no se qué no entienden. No es, esto también pasará, porque esto ya pasó y lo ÚNICO que lo calma, es eso, que se pase. No queda más lugar para un puto dolor…ni ausencia…ni para seguir perdiendo. Bajaría a negociar con el mismísimo Satán para que esto, se arregle y me arregle…
No entra mas dolor acá, no entra más nada, por qué, la puta, no queda más espacio. Tengo miedo, me siento sola, suelta y perdida. 

Las palabras, las frases; se amontonaban en el taco de color amarillo, mientras no paraba de llorar y se agarraba con fuerza el cabello, como si quisiera arrancárselo.
  
Se había cansado ya de no ser. No ser la pobrecita, no ser la que a veces, también podía perder el rumbo. Esa fuerza que él le resaltaba siempre, la había vuelto invisible. El no la veía y ella ya no se veía tampoco. Y prefería caerse de pie, así, cómo lo había hecho su padre. “Si no ganás, andate limpio y cargate a un par antes”, lo había escuchado decir, varias veces.
No había ganado. Tenía que irse. Y si se iba, él también se tenía que ir de alguna forma.

  “Ahora, a lo mejor puedas creerme. ¿Te das cuenta de que me estaba desarmando cuando te lo decía? ¿Te das cuenta de que no me servía que vos siguieras estando como podías, hasta que (no sé qué nombre darle) tuviese a tu hija? Solo me servías vos. Y vos no estás, no estuviste. No podía sacarme la puta escena del hospital ese día, íbamos a ir a cenar, pero una, otra, se había tomado 30 rivotriles, te dio miedo, te dio lástima, culpa y me cagó la noche. Y hasta pensé en hacer lo mismo, porque ella quiso hacer como que se mataba…Pero yo nunca llegué a darte siquiera lástima.  Ahora, estoy segura, la culpa no te va a dejar en paz o al menos, te va a perseguir durante mucho tiempo”.

Eso decía la nota, mal garabateada pero legible. Estaba en su mano. La encontraron cuando un día después, la policía sacó su cuerpo ya tieso y helado y lo metió en una bolsa negra.

Al lado, en la camilla, como evidencias, una caja vacía que en algún momento tuvo 90 rivotriles. Y otra hoja, casi hecha un bollito de papel, con algo que parecía ser un poema; Palermo 10 AM.