Cuando creciste en un lugar pequeño, hay calles que se hacen insoportables.El mismo recorrido al mismo hospital al que fui a ver a mi Viejo por penúltima vez, donde fui a buscar a mi Abuelo para que festeje las fiestas justamente festejando y no esperando morir como le pasó 11 días después de Año Nuevo y en donde fui a ver a mi Vieja cuando se agarró neumonía en pleno verano por no poder llorar la muerte de mi Viejo.
El corolario de este tiempo pandémico que jamás espere vivir en este lugar al que llamo aldea, no podía ser menos que una madre que casi se muere.
En llegar a una casa y que solamente te miren dos gatos que buscan a alguien mas.
En que te traigan comida o regalos personas con las que tenés trato y que sin ser tus amigos entienden eso de ‘hija única con madre viuda a cargo’.
En todo eso, durante; me decís por teléfono que pensaste en que viaje con vos y tus amigos, un fin de semana al mar. Un viaje que ya tenían armado. Y me decís “pensé en invitarte”.
Invitarme a mi, que te tiré o se me cayo un vaso arriba de tu cabeza la última vez que viajamos porque sabes, a veces la pata de palo patea tremendamente.
Yo que te insulté, culpé y pelee.
Ni yo viajaría conmigo misma -menos en estado de cuasi completa orfandad- y vos me invitás.
Sonrío. Entiendo que soy insoportable.
Y que no se aun comportarme sin romper.
Los peores últimos días de este tiempo que se reinició el 11 de octubre y el mejor mensaje. Alguien de este lado del mundo. Alguien en el mundo. El susto, la rabia, la muerte, la suerte, la voluntad, las ganas. La vida misma.