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miércoles, 13 de octubre de 2021

Mi tormenta

“Los cielos con tormentas 
que se olvidan de llover”.
Santiago Moreno Charpentier.



Cuando creo que ya nada. La tormenta. El agua, la luz, la fuerza. Ese aire. La misma energía del mundo todo. Permitiéndome respirar y sentirme como en el mar. Algo más lejos. 

Pero es la misma fuerza.

La misma lluvia.

Otro amor.

El que empieza por mi.

La fuerza, el rayo, el viento. 

La fuerza. Más que nunca, la fuerza.

lunes, 4 de enero de 2021

Fuerza de abarcarnos

"No demasiado, solamente un toque,

acaso un leve rasgo familiar,

pero que fuerce a todos a abarcarnos

a ti y a mí cuando nos piensen solos".

Asunción de ti. M. Benedetti.




Otra vez. Una vez más. Ya ni sé por qué vez vamos. Una vez más esa promesa que ya ni vos ni yo nos creemos de "no me ves más, no te vuelvo a hablar en la puta vida, buena suerte y hasta luego"; fue una promesa incumplida. 

Otra vez una charla que empezó fría y casi a reglamento terminó en un "¿todavía no te diste cuenta de que te extraño?".

Y otra vez una llamada tuya empieza con esa palabra que en tu boca jamás va a sonar como en cualquier otra: Amor.

Y otra vez y esta vez si llegamos a fin de año sin tenernos bloqueados en los teléfonos y sin pensar mirando un nombre agendado entre cientos, qué será del otro.

Y otra vez, lugar común la muerte, y yo teniéndote porque si te soltara; creo que me estaría soltando.

Otra vez vos y yo y esto que seguimos siendo. Se llame como se llame. 

Esto que nos abarca aunque nos pensemos y aunque nos piensen solos.

viernes, 18 de septiembre de 2020

La peor de tus frases de amor

"Como me cuesta quererte

Me cuesta perderte

Me cuesta olvidar".

Un país con el nombre de un río. Jorge Drexler.




No. Ni vos ni yo pensamos en una pandemia. Yo quemé todo y te dije muerto. Vos, te hiciste humo.

Pero la situación de somos instantes más que nunca hizo que por otros, hablemos. Aunque por enésima vez nos hubiésemos jurado que nunca más. Por él, que yo se que me presentaste en una nochebuena hace añares en un almuerzo en Palermo. Él, que ordenó al menos por unos días, eso que llamás "tu Tetris".

Y yo que te había dicho lo que jamás perdonaría que me dijesen. Y vos que me hablás porque "estoquenosabemosquees" pero que nos evita explicaciones en lo importante.

Entonces casa. Hijos. Depresión. Tu vieja y mi vieja.

Todo lo entiendo. Nada explicás.

Y entonces Felisberto te reivindica. Y entonces, al fin; tu novela.

Y tú "incluso antes de conocerte". Como poniéndole palabras a eso que algunas amigas usaban a modo de chiste: Antes de Clarisa y después de Clarisa. Como si yo no tuviese un antes de vos y un después de vos...

¿Qué es esto que es tan fuerte? Empiezo a entender entonces, la peor de tus frases de amor...

 “No te pusiste a pensar por que cada vez que nos encontramos voy y me meto con cualquiera y le hago un hijo”. Eso me largaste por teléfono porque te llevo seis meses decirme que “esto es tan fuerte, es para que lo dimensiones”. 

Me sentí un monstruo despreciable durante esos seis meses. Hasta que explicaste esa que fue la peor (y creo que la única que te salió de las vísceras, enferma pero genuina) de tus frases de amor. 

martes, 28 de julio de 2020

Experta

Buenos Aires, Mayo de 2009.



Ella había cambiado todo, poco, casi nada quedaba de esa nena de pueblo que se sentía superior al resto pero que tuvo que pasarse buena parte de su adolescencia justificando por qué carecía de prejuicios. 

Era una experta en quemar naves. Las quemó cuando su viejo cerró los ojos de un día para el otro, las quemó de nuevo cuando por propia decisión se arrancó un hijo de las entrañas, muerta de miedo y regada de culpas. 

Las quemó de nuevo cuando decidió que a ese pueblo de calles mansas y una quietud que espantaba ya no volvería,  cuando renunció a la esquina de casa que la conectaba con algo de vida pasada. Cuando dijo que ahí había muchos huesos como para quedarse. 

Las quemó de nuevo, una y mil veces mientras aprendía a deshacerse de los amores mal sanos, sabía que no contaba con el don de la intrascendencia. Un día alguien le dijo que había un antes y un después de ella, podía ser bueno o malo, podía ser odio o amor, pero su vida dejaba marcas en el resto de las otras vidas, quisiera o no. 

Tuvo miedo, tuvo pánico, tuvo todos los terrores juntos, se secó el moco y la lágrima cuantas veces fue necesario, le perdió el miedo a la muerte, cambió el miedo por conciencia. 

Y una vez más decidió quemar la nave el día en que se subió a un micro, atrás de un camión de mudanzas que llevaba todas su cosas a Buenos Aires, la ciudad que hace 6 años atrás la había aterrorizado. 

Quemó todo una vez más cuando una mañana fría en Palermo, un día feriado, se dio cuenta de que con él le pasaba algo más, de que era capaz de estar despierta y con buen humor a las 9 de la mañana. Ese día algo se le movió adentro, supo de alguna manera que lo había encontrado y que solo él, con sus mismos cortes, quemaduras, cicatrices, podía de una buena vez tapar las suyas. 

Supo que a los dos, aunque de modos distintos; los movía la batalla contra el resentimiento que genera la orfandad. Supo entonces que ahora no quemaría nada, que el encuentro, detrás de esos ojos que se le metían hasta el alma, eran a prueba de fuego; a pesar de ella misma.


domingo, 8 de marzo de 2020

Nunca pensé que la historia pudiese terminar de otra forma (o casi)


Marzo de 2009, en algún lugar al norte de Santa Fe.




Nunca había pensado que la historia iba a poder ser de otra forma. Pero en poco menos de dos días se había encontrado, tal vez, con demasiadas revelaciones. Para qué ponerlo de otro modo, eran verdades, realidades de esas que detestaba pero que no sabían aceptar su pedido de tregua.

Casi tragada por un túnel del tiempo, abrió los ojos en donde no debía. Volvió a tener enfrente ese lugar que había encerrado, o había creído encerrar. El lugar donde su padre, enflaquecido, carcomido por enfermedades que se habían ensañado con él con una fiereza extrema, había contado sus últimas horas de vida, tosiendo sangre y las últimas fuerzas que le quedaban en una sala blanca y aséptica, junto a una veintena de otros tuberculosos que se sabían dueños de finales parecidos  y cercanos.

Ver el lugar le volvió a abrir ese hueco de angustia al que tanto miedo le tenía, angustia que aguantó por horas, hasta que se vio muerta de miedo y de frío en una pieza de hotel, caminando en círculos, espantada, sabiendo y sintiendo ese desgarro cruel e inentendible.

Lo llamó, le dijo que estaba mal, pero él decidió o al menos pareció no creerle. Lo llamó de nuevo, a esas horas tenía dudas de todo, menos de que él podía borrar ese miedo, ese dolor, ese llanto y esa rabia antiguas con solo abrazarla.
Se quedó casi sin aire en el teléfono. Como casi nunca le pidió que le hiciera un lugar para sentirse a salvo, porque claro, ella no se lo decía seguido, pero era capaz de esperarlo un día entero con tal de poder al menos durante diez minutos pasarle la mano por el pelo y lograr que le dé un abrazo, con suerte un beso.

Era capaz de bajar la cabeza cuando veía cosas que no le gustaban, era capaz de armarse y rearmarse una y mil veces sus horarios para encontrarlo, era capaz de poner sonrisas a la fuerza, capaz de sentirse una mujer invisible, capaz de pasarse seis meses sin su cuerpo y sin su sexo; porque sentía que si no era con el, todo era un desperdicio absoluto de tiempo.

Esperaba instantes, minutos, esos minutos que ponían todo en su lugar, que hacían que todo se moviera dentro de una burbuja armónica. 

Esos minutos eran los que quería ahora, que tenía a todos los fantasmas juntos, casi como el aire que le faltaba  para seguir respirando. Como a su padre. Como al padre de él.

Casi ni lo miró cuando por fin lo tuvo enfrente, no podía, se sabía débil, llorosa, molesta e invasiva. Pero cuando él la abrazaba, el llanto de a poco parecía empezar a callar, al menos a volver a ese lugar cicatrizado donde lo había puesto todos esos años.

El temblor y el llanto pasaron, le dijo como podía, a su modo, que quería saber si iban a poder estar juntos algún día, antes de que el tiempo terminara. Y secándose las lágrimas como podía, se fue alejando.

Casi no durmió esa noche, sintió que por ella, él apenas si sentía algo de consideración. Pero que no había ahí lugar para nada más. Que de ella no se acordaba, que por ella no había ni deseo ni pasión ni amor, que solo tal vez, en algún momento, había existido un sentimiento confuso. Aunque él le dijera, le jurara y perjurara otra cosa. Aunque el prometiera arreglar todo -como si pudiese- y estar con ella.

Esos caminos incomprensibles y de giros bruscos le dijeron así de repente, de golpe y sin anestesias, que el dolor por el abandono de su padre no iba a borrarse, que debía sentirse feliz solo con que ese tajo fuese una herida que no sangrara toda la vida.

Y que por algo, en su teléfono, ella se seguía llamando Clarisa Ercolano y otra había perdido el nombre para figurar, tal como vio, al igual que a ese hospital, sin quererlo, casualmente, marcando números para hacer una llamada, con el claro calificativo de “Amor de mi vida”.

Ya no había temblor ni lágrimas. El frío la torturaba, más impiadoso y persistente que nunca. Y comenzó a pensar en la manera de que ese frío, no lograra paralizarla. De salirse una vez más del juego macabro del abandono y del desamor que le corrían carreras desde que tiene memoria.

martes, 29 de enero de 2019

Y me reseteó una vez más

Siempre los subo a un pedestal porque de otra forma ni me fijaría. Pero a los 30  y algo no es lo mismo que a los 20 y algo. Hasta hace poco, me emperraba en tener una pareja y para tenerla primeramente debía creer que el tipo era lo más.

Después, tratar de que sea al menos un diez por ciento de esa proyección que mi cabeza confeccionaba para "quererlo". Y finalmente en ese hacer, lograr que las pocas cosas que le dan algún sentido a su existencia, pasaran por y bajo mi órbita como un reaseguro del nomepuededejar.

Claro que como el pedestal no existe y el resto es ingeniería de mi parte, el seguro termina fallando más tarde o más temprano. Claro que generar una relación dependiente termina volviéndose esclava de tu "idea" maravillosa.

Pero es fuerte la tentación de huir del amor así tal y como es. Ese que te pasa. Que no se elige. Que es.

Y entonces lloro y me angustio y me tildo como una pc en stand by. Y entonces, como en  cada tilde heavy que tuve, él aparece de alguna forma. Esta vez fue en un sueño donde terminante señaló -"Pero por favor! como vas a llorar por ese pelotudo?! si el amor de tu vida soy yo!". Y si, es el. Tiene ese poder de cambiar mi hora, mi día, mi vida.

"El amor de tu vida soy yo". Con una amiga reímos comparándolo con la famosa frase de "el hijo de Pierri": Pero boludo, mató a Ángeles.

Al despertar del sueño, lo desbloquee y le conté. El me contó que me había buscado en el chat para saludarme en año nuevo y yo le dije que eso no era porque sí. "Si me pongo a saludar a mis ex, termino en Reyes", tiré.

Tan habilidoso como yo para resolver problemas ajenos, ahí estaba yo, gracias a él, viendo todo tal cual era.
Al rato ya no lloraba.