miércoles, 14 de noviembre de 2012

Todo junto, volviendo, de golpe

Hoy, la piba invisible soy yo y no un relato en tercera persona.

Hace unas horas, me enteré de la muerte de un compañero de trabajo. Periodista, amigote, compartimos habitáculo en mi último año en el diario La Capital. Y de repente, además de esa tristeza, esa pesadez fea de lo inexplicable, ese pensar en su hija, que tiene apenas 4 años más de los que yo tenía cuando el que se murió fue mi viejo...

Demasiadas cosas, todas juntas.

Saludé a algunos colegas y amigos que eran como él, compañeros en esa redacción. Y así, también de golpe, caí en la cuenta de que ahí, en ese edificio del año de ñaupa en calle Sarmiento, a unos metros de Córdoba, hubo y habrá por siempre cosas queridas.

El lugar donde hice mi primera nota, donde por primera vez me devolvieron una prueba impresa que tenía tanta corrección en rojo que parecía un semáforo, donde tuve mi primer asamblea, mis primeras puteadas con jefes, donde logré mi primera tapa, donde hice mi primer cierre, donde lo conocí a él, dónde podía llegar con cualquier cara (la que fuera) porque era casi una extensión de mi casa.

Entre esas paredes llenas de mármoles y bronces hay un pedacito mío de cuando yo empecé a contar historias. Ahí hay un buen puñado de gente que quiero. Los suficientes recuerdos y un pasillo para fumar a las apuradas; que nunca se van a perder.

Ni siquiera con la puta muerte.