lunes, 12 de agosto de 2013

La muerte jode


Nunca estamos preparados para la muerte. Ni hay nada en este mundo, al menos que yo conozca, que pueda remediar un poco la falta, la pérdida, el saber que alguien ya no va a estar.

Hace una semana, la noticia de la explosión en Rosario me impactó. Luego del shock, me tocó escribir, como siempre. Una ha escrito sobre casi todos los temas, pero no hay  con que darle; la muerte jode. Jode mucho.

Leer el último posteo de un pibe más chico que yo que hablaba de ir a votar y no llegó nunca, ver como una piba que tenía casi mi edad no va a llegar a armar su exposición, leer los mensajes desesperados de padres y amigos y anónimos que esperan un milagro. Bucear un rato en esas vidas que ya no son, en mi caso es un trabajo pero eso no me garantiza inmunidad.

Toda la semana tuve una sensación de angustia. Una sensación de angustia de mierda.

Tal vez la cercanía me jugó más en contra. A pocas cuadras de ahí yo iba de mi analista. Bajaba al río a reflexionar sobre bueyes perdidos, me colgaba mirando el Paraná y las islas o comía una pizza en Anajuana con mi vieja.

¿Cómo carajo voló todo? ¿Qué capítulo me perdí?

Somos nada, somos finitos, frágiles, débiles. Estamos acá un rato y nada es seguro. Apenas lo que vivimos, cada minuto. Apenas lo que nos gusta hacer y que tanto defendemos. Apenas aquellos que queremos, la persona que amamos.

No hay mucho más.

Es sencillo.

Y lo  olvidamos tan a menudo.


martes, 23 de julio de 2013

Gracias

"Y el tiempo estranguló mi estrella".
Alejandra Pizarnik.

La piba invisible trata a menudo de realizar pequeños actos heroicos. Actos que le restan salud, tiempo y horas de sueño. Pero para una huérfana, la tentación del rescate es demasiado fuerte. Más de una vez siente que la batalla que pelea no es suya, que las heridas que intenta curar, no las causó. Pero la piba es obstinada. Solamente, un tiempo después, cuando espera un "gracias" casi como si fuese una caricia y esa palabra no llega, se da cuenta de que sigue siendo invisible.

La piba se pregunta si algún día cambiará esa compulsión obstinada de rescatar en otro a su padre. Hace poco, se lo dijo su psicóloga, casi como pidiéndole permiso: "Soltá el cadáver de tu padre".

Como pudo, quiso explicarle que él había vivido, a su forma, pero que había vivido. Que la muerte fue una circunstancia más, que no había nada para reparar o rescatar. Que no había regreso posible.

La piba caminó despacio las cuadras que la separaban de la parada de colectivos. Por un momento, respiró aliviada.



jueves, 30 de mayo de 2013

Alrededor de la cama

A veces enfermar te hace volverte visible. El cuerpo ese que estaba, falla, la coraza se fisura, la energía desaparece.

Entonces ahí te ves vos, se ve la piba, mirando para todos lados y mirándose.

Primero ve todo aquello que deja de hacer y que nadie hará por ella, luego ve los parásitos que alimenta y más tarde ve que alrededor no hay nadie.

¿Quién es una amiga? ¿Qué es una amiga?

No hay familia, amor, amistades. Nadie la está viendo. Apenas hay un cuerpo cansado que ansía volver.

No hay nadie.

Pero por primera vez empieza a verse ella misma, en mucho tiempo.


domingo, 31 de marzo de 2013

Efecto mar

Desde que tengo memoria el mar tuvo en mí ese efecto mágico que debe generarse por la inmensidad, el viento, el oleaje, el límite que no puede verse y se pierde en el horizonte.

El mar tiene capacidad de regenerarme, relajarme, distenderme pero sobre todo puede pasar como una suerte de escoba acuática por esos recovecos del alma que están maltrechos.

Esta vez no fue la excepción y con la espuma y el agua salada, siento que algunas de las piezas que me arman van recobrando belleza. Que a otras, les queda ese entusiasmo que uno suele tener cuando llega al mar por primera vez.

En el mar la piba invisible no es invisible porque todo colapsa ante la grandeza y queda como disuelto.

Y ahí puede despegarse del dolor, sacudirse las traiciones, coserse un poquito el alma.


jueves, 7 de febrero de 2013

La capa negra


A la piba invisible le cuesta llorar. 
A veces tiene hasta miedo de olvidarse. 
La piba invisible se pone encima, consciente o no, su propia capa negra, esforzando al extremo el coraje y dejando la ternura para otro tiempo. Un tiempo que no sabe a ciencia cierta, cuándo vino, cuándo vendrá.