martes, 25 de agosto de 2020

Donde se me partió la vida...

- no se trata de amor
damos la vida-
Idea Vilariño. El amor.


Dicen que todos tenemos una fecha y una hora en donde se nos partió la vida (yo, tengo varias). Una de esas fechas fue hace 13 años, cuando un día como hoy, me llegó un mail tuyo invitándome a salir. 

Puedo y recuerdo con puntos y comas mi humanidad sentada frente a la PC, en mi departamento de Caballito, ese instante en que me quedé como fuera del tiempo. Leyéndote una y otra vez para convencerme. Entrando al link donde me compartías una selección de lo que más te gustaba de Idea Vilariño.

Leyendo diez líneas de un correo electrónico que juro, al día de hoy me sé de memoria. 

Y juro también, puede estar, como ahora, el mundo incendiándose; pero igual me acuerdo. 

Los cuatro días que transcurrieron hasta esa primera salida, también los sé de memoria. El derrotero para elegir mi ropa, perfume, zapatos. Creo que fue la única vez en mi vida en que fui perfectamente puntual. Cuando pasaste a buscarme, estaba lista hacía diez minutos.

Guardo el recorrido en tu auto, el restaurante armenio, el aire de Palermo, tus besos antes de dejarme en la puerta de casa.

Guardo. Te guardo a vos cuando pudiste. Guardo eso que hizo que, como decís, "pasáramos a otro nivel". 

Guardo tus ojos como nunca nadie los vio ni los va a ver.

Nadie, excepto yo.

Guardo ese momento en que mi vida se detuvo, en un antes y un después. Y nunca voy a dejar de guardarlo.

domingo, 9 de agosto de 2020

La muerte jode (parte2)

 


Son las 5.43 de la mañana y como cada vez que hay luna llena y tengo insomnio, pongo en el iPad una serie de tangos y hago como que los canto con mi viejo. Después veo de adelantar el laburo y de leer o estudiar y en el medio escribo. Como siempre, escribo. 

Hace dos días casi se muere mi gato. Hubo que drenarle los pulmones. Igual que a mi abuelo. Igual que a mi viejo. Igual que a tu viejo. 

Te lo conté y contra todos los pronósticos me acompañaste. Mi gato está bien. Vos me dijiste que él parecía un peluche y yo, un erizo. ¿Tanto te jode que tenga carácter? 

Unas horas antes de la operación me encontré un panadero. No pude evitar el link con "The Blower s Daughter", nuestra primera canción. Lo sostuve en mi mano, salí al patio y lo soplé con fuerza: "Decile a mi papá que quiero que mi gatito se salve".

No quería que mi gato se muera, si todavía creo que cuando pase la cuarentena voy a ir a ver a la Dra Mir y si cuando me aparecen nuestras recomendaciones compartidas no creo o no caigo de que esté muerta. El otro día le dije a mi amiga Sole que estaba dando mas pésames que saludos. Padres de amigas, vecinos, amigas. 

Yo odio tanto a la muerte que se que van a pasar añares sin cruzarla. Pero la muerte jode, la muerte de los otros, de los que querés, de los que te importan.

Hace un mes murió en un accidente la gatita de mi sobrina adoptiva. "No puedo llorar porque estoy medicada", le dije a mi amiga. Pero por dentro, sabe dios.

Y vuelvo a mi carpeta de laburo y de estudio. Y canto una vez más con vos, "por una cabeza, todas las locuras". 

Y mando besos a ese cielo donde estarás y donde están todos.

Y me guiñas el ojo como siempre...

martes, 28 de julio de 2020

Experta

Buenos Aires, Mayo de 2009.



Ella había cambiado todo, poco, casi nada quedaba de esa nena de pueblo que se sentía superior al resto pero que tuvo que pasarse buena parte de su adolescencia justificando por qué carecía de prejuicios. 

Era una experta en quemar naves. Las quemó cuando su viejo cerró los ojos de un día para el otro, las quemó de nuevo cuando por propia decisión se arrancó un hijo de las entrañas, muerta de miedo y regada de culpas. 

Las quemó de nuevo cuando decidió que a ese pueblo de calles mansas y una quietud que espantaba ya no volvería,  cuando renunció a la esquina de casa que la conectaba con algo de vida pasada. Cuando dijo que ahí había muchos huesos como para quedarse. 

Las quemó de nuevo, una y mil veces mientras aprendía a deshacerse de los amores mal sanos, sabía que no contaba con el don de la intrascendencia. Un día alguien le dijo que había un antes y un después de ella, podía ser bueno o malo, podía ser odio o amor, pero su vida dejaba marcas en el resto de las otras vidas, quisiera o no. 

Tuvo miedo, tuvo pánico, tuvo todos los terrores juntos, se secó el moco y la lágrima cuantas veces fue necesario, le perdió el miedo a la muerte, cambió el miedo por conciencia. 

Y una vez más decidió quemar la nave el día en que se subió a un micro, atrás de un camión de mudanzas que llevaba todas su cosas a Buenos Aires, la ciudad que hace 6 años atrás la había aterrorizado. 

Quemó todo una vez más cuando una mañana fría en Palermo, un día feriado, se dio cuenta de que con él le pasaba algo más, de que era capaz de estar despierta y con buen humor a las 9 de la mañana. Ese día algo se le movió adentro, supo de alguna manera que lo había encontrado y que solo él, con sus mismos cortes, quemaduras, cicatrices, podía de una buena vez tapar las suyas. 

Supo que a los dos, aunque de modos distintos; los movía la batalla contra el resentimiento que genera la orfandad. Supo entonces que ahora no quemaría nada, que el encuentro, detrás de esos ojos que se le metían hasta el alma, eran a prueba de fuego; a pesar de ella misma.